Las consideraciones iniciales sobre por qué la deficiencia de vitamina D podría ser crítica para los orígenes del asma comienzan con el conocimiento de que la deficiencia de vitamina D es la deficiencia vitamínica que más prevalece en el mundo. Entre 60 % y 100 % de todas las personas que no toman suplementos de vitamina D se consideran deficientes en vitamina D, y la extensión de la deficiencia varía según los criterios específicos utilizados para definirla. Esta prevalencia es notable de manera particular durante el embarazo y es en especial más prevalente entre las mujeres embarazadas afroamericanas.
El Instituto de Medicina define de manera principal la deficiencia de vitamina D en términos de su impacto en la salud ósea, establece un nivel sérico mínimo aceptable de 20 ng/mL de 25-hidroxivitamina D [25(OH)D]. Sin embargo, la Sociedad Endocrina reconoce que la importancia de la vitamina D se extiende más allá de la salud ósea y recomienda un nivel sérico un poco más alto de 25(OH)D, de modo específico, 30 ng/mL. La vitamina D se conoce por ser fundamental para regular el metabolismo del calcio al aumentar la absorción del calcio en el tracto intestinal, la movilización del calcio óseo y la reabsorción renal del calcio en el túbulo distal. La acción sobre la movilización del calcio óseo requiere de la hormona paratiroidea. Una pista sobre el nivel circulante óptimo de 25(OH)D reside en el hecho de que la supresión máxima de la hormona paratiroidea ocurre en un nivel sérico de 25(OH)D que oscila entre 37 y 80 ng/mL.
Ahora se sabe que la vitamina D tiene una gran cantidad de efectos que no se relacionan con los huesos que son importantes para la salud general. Se descubrió que la vitamina D ejerce efectos profundos sobre la función inmunológica, al ser capaz de modular tanto las respuestas inmunitarias innatas como adaptativas.