Hasta ahora, la terapia de evitación del alimento era la generalizada.
Actuar en el supermercado como un inspector de Sanidad, leyendo detenidamente cada etiqueta. Cargar con la merienda del niño cada vez que va a una fiesta de cumpleaños. Interrogar al camarero sobre ingredientes y posibles trazas de los platos que el pequeño ha elegido y, finalmente, renunciar y tener que elegir otro —el mismo de siempre—. Entender que tu hijo sea señalado con una marca en la cara, una gran chapa o una etiqueta cuando disfruta de una excursión escolar. Presentir la cara de miedo de familiares y amigos cuando les avisas de que el niño tiene que ir a dormir a su casa. Entrar en pánico cada vez que recibes una llamada del cole.